"Insólita fotografía del bohemio escritor, hacia 1918"
en pág.71 del libro SANCHEZ ROJAS - CRONICA DE UN CRONISTA
Julián Moreiro Prieto - (1984)
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Blog 'Entre el Tormes y Butarque' (recogido en su Archivo)
CRÓNICAS DE
SÁNCHEZ ROJAS
PÁGINAS
AUTOBIOGRÁFICAS
"La gerencia
de una gran revista americana, nos ha invitado a media docena de escritores
españoles a trazar nuestras autobiografías. Yo he escrito, enviado y
certificado la mía, hoy. Me interesa que se conozca en Salamanca; estas páginas
dicen así:
“Apenas si yo
me llamo Pepe. Nací…iba a decir el año en que nací, pero los escritores, como
las mujeres, no tenemos edad, o como decía Cánovas, tenemos la edad que
ejercemos. Nací, digo, de una familia castellana, en un pueblo histórico de la
provincia de Salamanca, expulsado con dos meses y medio de anticipación del
vientre de mi madre. No soy siquiera sietemesino, y dicen los que me vieron que
era tamaño como un conejito, feo, sin las uñas formadas y apenas con cuero
cabelludo. Un verdadero mónstruo. Me dieron agua de socorro y, la vida de mi
madre y la mía, pendientes estuvieron de un hilo, hasta dos meses y medio
después, en que empezó mi verdadera formación fisiológica. Pero luego fui
rollizo y muy mamón –mamé cerca de dos años y medio, según las crónicas-, y de
una voracidad insaciable. No fui nunca niño precoz, como os cuentan otros
colegas que lo fueron ellos, sino muy lento y bastante tímido. A mi madre la
llamé siempre “tata”; a la rolla Lorenza, “Ina”; a la leche, “michi”, y al
chocolate, “tate” o “tete”, según el humor que tenía en abrir la boca.
Me llevaron a
la escuela creo que a los cuatro años. Allí tampoco se guarda recuerdo de que
asombrara a nadie. Pero quise al maestro -¡pobre don Nicolás Caballero Blázquez!-, con todas las veras de mi corazón de
niño. Don Nicolás (*) me regalaba continuamente libros, estampas, caramelos. Mi
primer examen lucido me valió un dominó de pastillas de chocolate que me regaló
mi padre. Aquel año presidió los exámenes el alcalde de Alba de Tormes, don
Pedro Canto, que me quería mucho y que me preguntó lo del templo de Sansón con
lo de la cabellera de Dalila, los ríos de España y la Salve. Yo no quise
pedirle permiso para ciertos menesteres urgentes y de menor categoría que me
apretaban de verdad, por miedo a que creyera una deserción lo que era
simplemente urgente menester, y mantuve la línea de fuego –o de agua- en el
campo de batalla. Fui soberbio y meón al mismo tiempo.
De aquella
escuela me llevaron a la de otro pedagogo que me tiraba de las orejas y que
rompía las varas de fresno sobre mis costillas de niño de siete años, hasta que
mi padre se cuadró, poniendo coto a las demasías de aquel ilustre majadero,
bien avenido con los retoños de los ricachones, a los que adulaba.
A los diez
años empecé el bachillerato. Recuerdo a un cadete que hablaba con su novia, una
rubia muy guapa, en la muralla de Ciudad Rodrigo, cerca de la ventana de mi
cuarto, y al santo abrigo de la ciudad; eran amigos de mi padre. Aprendí muy
bien Historia natural, Psicología y francés, y me aficioné grandemente a la
lectura. Aún recuerdo con emoción unas novelitas blancas, editadas por el Sr.
Máme de Tour, que me regalaba mi querido profesor de francés, D. Perfecto S.
Benito, un clérigo liberal y simpatiquísimo, lleno de inteligencia y de
cordialidad.
Pude verle
unos días antes de morir, hace cinco años, en el Palacio Episcopal de Palencia,
cuando salí de la Prisión militar de Oviedo,(**) y nuestra última charla fue lenta,
triste, y por su parte, augusta y majestuosa como una puesta de sol. ¡Pobre
perfecto!
En Ciudad Rodrigo pasé cinco años, hasta los quince. A los catorce me gustó una muchacha.
A los quince me hicieron bachiller y fumé los primeros pitillos. Luego, en la
Universidad de Salamanca, me crié a la vera de D. Pedro Dorado Montero. Y el
diablo me apuntó la horrenda idea de escribir. El poeta Cándido Rodríguez Pinilla fue mi sabio y discreto maestro en las primeras andanzas. Mi primer
artículo lo publiqué en una revista de niños luises, “El Estímulo”, y mi
primera conferencia, a los dieciséis años, versó sobre “Las novelas de José María de Pereda”. Y mi vida de escolar en Salamanca, fue deliciosamente
inquieta.
¡Días dorados
aquellos, reja del primer amor que no se olvida, amistad de Cándido, de Paco,
de Marcelino, de Fernando, de Julio, de Luis, de José María, de Filiberto, de
don Miguel: habéis sido el faro en las horas de tinieblas y la fe que me
ayudaba a subir la cuesta en los días de angustia! En unas asignaturas era el
primero y en otras de los últimos!
Unamuno y
Dorado me enseñaron a pensar y sentir. ¡Aquella cátedra de Derecho Penal,
herrumbrosa, discreta, aquel hombre –nada menos y nada más que un hombre- que andaba a cintarazos con las ideas para
acallar el dolor lacerante de su corazón! ¡Don Miguel, los paseos de don
Miguel, aquellos monólogos suyos preñados de pasión y de ideas, nobles,
luminosos y claros! Salamanca es mi patria espiritual, ya que no fuera
materialmente la de mi nacimiento, y en la ausencia reconstruyo sus facciones
con el mismo diligente cuidado con que recuerda un ausente los ojos, y la boca,
y los brazos de la mujer amada.
Conocí Madrid
a la edad del pero –a los veintiún años-, hice bastantes sandeces, tiré mis
afectos de mozo por la ventana y marché a Italia. En Italia –Bolonia, Florencia,
Milán, Roma- consumí los no despreciables ingresos de mi padre, casi por
completo. Estuve después en Suiza. Luego en París. Después recorrí España, casi
por entero. Muerto mi padre, comenzó una vida muy dura para mí, que he
concluido hace pocos meses. Literalmente, la cazurrería, la memez, la
indignidad de los desocupados, de los envidiosos y de los melancólicos, me
echaron del pueblo en que nací. Cometí varios delitos; no robé. Durante un año
que ejercí la abogacía, no reconocí ninguna superioridad en los botarates que viven de la renta, de la usura, o de la
ganzúa. Pero, ¡bah!, aquello pasó, y paisanos tengo como don Luis de Zúñiga y
otros amigos, no llegan a cuatro, a los que me unen los afectos más hondos,
duraderos y leales.
¡Y he vivido,
queridos amigos míos, he vivido…que no es poco! Gracias a una campaña mía, dos
inocentes fueron indultados de dieciséis años de presidio, contra la labor
subterránea de un escribano, la inconsciencia de un juez y el desahogo de un
curialillo, paisano mío, que se atribuía las gestiones que Eudoxio de Castro y
yo efectuábamos en Madrid. Gracias a mi tenacidad, se celebró en 1914 el
Centenario de la Beatificación de Santa Teresa en Alba de Tormes. La política
-¡a cualquiera cosa llamamos política!- de este pueblo, giraba en torno a mí,
hace unos años. He podido ser diputado y subsecretario -¿a que no me desmienten
ni Santiago Alba ni Francisco Cambó- Y no me ha dado la gana. Mi pluma no me
ha servido jamás de grosería. No tengo más que reclamaciones públicas y confesables
con los cajeros de los muchos diarios y revistas en que ahora, asiduamente,
colaboro, y que me dan desde hace unos meses para vivir con decoro.
A medida que
pasa el tiempo, tengo aspiraciones muy modestas. No creo en la gloria; no me
gusta María Guerrero; no leo a Raírez Ángel, a Hernández Catá, a Carretero, a
Belda. Me cargan los literatos –con las
excepciones consiguientes- porque son bestezuelas inmundas, llenas de vanidad y
de estupidez. Prefiero la amistad de gente sencilla y buena. Mis aficiones, los
viajes, los libros; las cuartillas. También me agrada conversar –y converso
mucho- con mujeres guapas.
Cuando mis
amigos me suponen contento, no saben que daría todo mi nombre, si alguno
tuviera, por un hogar modesto, por unos ojos de mujer honrada donde pudiera
contemplar lo infinito, y, sobre todo, por tener cerca de mi corazón o de mis
manos, la cabellera de un niño, o mejor aún de una niña, que pudiera deshacer
en silencio y con deleite. Y para lograr esto, que es tan poco, y que sin
embargo, es todo en la vida de gentes fundamentalmente afectivas, como yo,
tenemos que luchar diez o doce años. Y al final de la lucha, cuando disponemos
de un solar en el Hipódromo, cerca de la Castellana y el arquitecto nos trae
los planos del hotel…advertimos que estamos solos y que a cuenta del fantasma
de la popularidad, hemos ahuyentado la realidad de una ventura. Eso sí: no
guardo espinas de los días de lucha y no quiero mal a nadie. Los bellacos de la
pluma, los chulos del éxito fácil, los eternos filisteos, son hoy también mis
amigos. Ahora les digo, confidencialmente que, como tenía fé en mi esfuerzo, no
me quitaron el sueño ninguna noche. Los pobres se hirieron a sí mismos con las
armas de su inconsciencia, de su ignorancia, de su desdén disimulado y envidioso…"
José Sánchez
Rojas
A modo de comentario
He transcrito este artículo de Sánchez Rojas, porque nadie mejor que él podía explicarnos su personalidad.
Me llamó la atención esa imagen que repite en sus escritos:..."sobre todo, por tener cerca de mi corazón o de mis manos, la cabellera de un niño "...
En entradas sucesivas veremos el buen recuerdo que guardaba de su primera estancia de tres meses en Burgos -en 1912 -, como Registrador de la Propiedad interino, y de sus repetidas visitas, de las cuales dejó constancia en interesantes y poéticos textos.
Notas
Para saber más de José Sánchez Rojas:
BLOG 'ENTRE EL TORMES Y BUTARQUE'.
(*) Entrada de mi Blog, en la que recogía un precioso texto de José Sánchez Rojas, en el que -años después de estas páginas autobiográficas- evocaba a su querido maestro Don Nicolás Caballero.
(**)pág. 47 SÁNCHEZ ROJAS - CRÓNICA DE UN CRONISTA: [1917]"Sánchez Rojas sufre un breve arresto durante el mes de septiembre y pasa algunas horas en la cárcel de Oviedo."
...Continuará
https://www.youtube.com/watch?v=9ZEGLS9YMJc
Canto de segadores
(interpreta Nuevo Mester de Juglaría)
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