11/05/2017

JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS (19) - PÁGINAS AUTOBIOGRÁFICAS -EL ADELANTO



"Insólita fotografía del bohemio escritor, hacia 1918"
Julián Moreiro Prieto - (1984)
---

Blog 'Entre el Tormes y Butarque' (recogido en su Archivo)  


CRÓNICAS DE SÁNCHEZ ROJAS
PÁGINAS AUTOBIOGRÁFICAS

"La gerencia de una gran revista americana, nos ha invitado a media docena de escritores españoles a trazar nuestras autobiografías. Yo he escrito, enviado y certificado la mía, hoy. Me interesa que se conozca en Salamanca; estas páginas dicen así:

“Apenas si yo me llamo Pepe. Nací…iba a decir el año en que nací, pero los escritores, como las mujeres, no tenemos edad, o como decía Cánovas, tenemos la edad que ejercemos. Nací, digo, de una familia castellana, en un pueblo histórico de la provincia de Salamanca, expulsado con dos meses y medio de anticipación del vientre de mi madre. No soy siquiera sietemesino, y dicen los que me vieron que era tamaño como un conejito, feo, sin las uñas formadas y apenas con cuero cabelludo. Un verdadero mónstruo. Me dieron agua de socorro y, la vida de mi madre y la mía, pendientes estuvieron de un hilo, hasta dos meses y medio después, en que empezó mi verdadera formación fisiológica. Pero luego fui rollizo y muy mamón –mamé cerca de dos años y medio, según las crónicas-, y de una voracidad insaciable. No fui nunca niño precoz, como os cuentan otros colegas que lo fueron ellos, sino muy lento y bastante tímido. A mi madre la llamé siempre “tata”; a la rolla Lorenza, “Ina”; a la leche, “michi”, y al chocolate, “tate” o “tete”, según el humor que tenía en abrir la boca.

Me llevaron a la escuela creo que a los cuatro años. Allí tampoco se guarda recuerdo de que asombrara a nadie. Pero quise al maestro -¡pobre don Nicolás Caballero Blázquez!-, con todas las veras de mi corazón de niño. Don Nicolás  (*)  me regalaba continuamente libros, estampas, caramelos. Mi primer examen lucido me valió un dominó de pastillas de chocolate que me regaló mi padre. Aquel año presidió los exámenes el alcalde de Alba de Tormes, don Pedro Canto, que me quería mucho y que me preguntó lo del templo de Sansón con lo de la cabellera de Dalila, los ríos de España y la Salve. Yo no quise pedirle permiso para ciertos menesteres urgentes y de menor categoría que me apretaban de verdad, por miedo a que creyera una deserción lo que era simplemente urgente menester, y mantuve la línea de fuego –o de agua- en el campo de batalla. Fui soberbio y meón al mismo tiempo.

De aquella escuela me llevaron a la de otro pedagogo que me tiraba de las orejas y que rompía las varas de fresno sobre mis costillas de niño de siete años, hasta que mi padre se cuadró, poniendo coto a las demasías de aquel ilustre majadero, bien avenido con los retoños de los ricachones, a los que adulaba.

A los diez años empecé el bachillerato. Recuerdo a un cadete que hablaba con su novia, una rubia muy guapa, en la muralla de Ciudad Rodrigo, cerca de la ventana de mi cuarto, y al santo abrigo de la ciudad; eran amigos de mi padre. Aprendí muy bien Historia natural, Psicología y francés, y me aficioné grandemente a la lectura. Aún recuerdo con emoción unas novelitas blancas, editadas por el Sr. Máme de Tour, que me regalaba mi querido profesor de francés, D. Perfecto S. Benito, un clérigo liberal y simpatiquísimo, lleno de inteligencia y de cordialidad.

Pude verle unos días antes de morir, hace cinco años, en el Palacio Episcopal de Palencia, cuando salí de la Prisión militar de Oviedo,(**) y nuestra última charla fue lenta, triste, y por su parte, augusta y majestuosa como una puesta de sol. ¡Pobre perfecto!

En Ciudad Rodrigo pasé cinco años, hasta los quince. A los catorce me gustó una muchacha. A los quince me hicieron bachiller y fumé los primeros pitillos. Luego, en la Universidad de Salamanca, me crié a la vera de D. Pedro Dorado Montero. Y el diablo me apuntó la horrenda idea de escribir. El poeta Cándido Rodríguez Pinilla fue mi sabio y discreto maestro en las primeras andanzas. Mi primer artículo lo publiqué en una revista de niños luises, “El Estímulo”, y mi primera conferencia, a los dieciséis años, versó sobre “Las novelas de José María de Pereda”. Y mi vida de escolar en Salamanca, fue deliciosamente inquieta.


¡Días dorados aquellos, reja del primer amor que no se olvida, amistad de Cándido, de Paco, de Marcelino, de Fernando, de Julio, de Luis, de José María, de Filiberto, de don Miguel: habéis sido el faro en las horas de tinieblas y la fe que me ayudaba a subir la cuesta en los días de angustia! En unas asignaturas era el primero y en otras de los últimos!

Unamuno y Dorado me enseñaron a pensar y sentir. ¡Aquella cátedra de Derecho Penal, herrumbrosa, discreta, aquel hombre –nada menos y nada más que un hombre-  que andaba a cintarazos con las ideas para acallar el dolor lacerante de su corazón! ¡Don Miguel, los paseos de don Miguel, aquellos monólogos suyos preñados de pasión y de ideas, nobles, luminosos y claros! Salamanca es mi patria espiritual, ya que no fuera materialmente la de mi nacimiento, y en la ausencia reconstruyo sus facciones con el mismo diligente cuidado con que recuerda un ausente los ojos, y la boca, y los brazos de la mujer amada.

Conocí Madrid a la edad del pero –a los veintiún años-, hice bastantes sandeces, tiré mis afectos de mozo por la ventana y marché a Italia. En Italia –Bolonia, Florencia, Milán, Roma- consumí los no despreciables ingresos de mi padre, casi por completo. Estuve después en Suiza. Luego en París. Después recorrí España, casi por entero. Muerto mi padre, comenzó una vida muy dura para mí, que he concluido hace pocos meses. Literalmente, la cazurrería, la memez, la indignidad de los desocupados, de los envidiosos y de los melancólicos, me echaron del pueblo en que nací. Cometí varios delitos; no robé. Durante un año que ejercí la abogacía, no reconocí ninguna superioridad en los botarates  que viven de la renta, de la usura, o de la ganzúa. Pero, ¡bah!, aquello pasó, y paisanos tengo como don Luis de Zúñiga y otros amigos, no llegan a cuatro, a los que me unen los afectos más hondos, duraderos y leales.

¡Y he vivido, queridos amigos míos, he vivido…que no es poco! Gracias a una campaña mía, dos inocentes fueron indultados de dieciséis años de presidio, contra la labor subterránea de un escribano, la inconsciencia de un juez y el desahogo de un curialillo, paisano mío, que se atribuía las gestiones que Eudoxio de Castro y yo efectuábamos en Madrid. Gracias a mi tenacidad, se celebró en 1914 el Centenario de la Beatificación de Santa Teresa en Alba de Tormes. La política -¡a cualquiera cosa llamamos política!- de este pueblo, giraba en torno a mí, hace unos años. He podido ser diputado y subsecretario -¿a que no me desmienten ni Santiago Alba ni Francisco Cambó- Y no me ha dado la gana. Mi pluma no me ha servido jamás de grosería. No tengo más que reclamaciones públicas y confesables con los cajeros de los muchos diarios y revistas en que ahora, asiduamente, colaboro, y que me dan desde hace unos meses para vivir con decoro.

A medida que pasa el tiempo, tengo aspiraciones muy modestas. No creo en la gloria; no me gusta María Guerrero; no leo a Raírez Ángel, a Hernández Catá, a Carretero, a Belda. Me cargan los literatos –con las excepciones consiguientes- porque son bestezuelas inmundas, llenas de vanidad y de estupidez. Prefiero la amistad de gente sencilla y buena. Mis aficiones, los viajes, los libros; las cuartillas. También me agrada conversar –y converso mucho- con mujeres guapas.

Cuando mis amigos me suponen contento, no saben que daría todo mi nombre, si alguno tuviera, por un hogar modesto, por unos ojos de mujer honrada donde pudiera contemplar lo infinito, y, sobre todo, por tener cerca de mi corazón o de mis manos, la cabellera de un niño, o mejor aún de una niña, que pudiera deshacer en silencio y con deleite. Y para lograr esto, que es tan poco, y que sin embargo, es todo en la vida de gentes fundamentalmente afectivas, como yo, tenemos que luchar diez o doce años. Y al final de la lucha, cuando disponemos de un solar en el Hipódromo, cerca de la Castellana y el arquitecto nos trae los planos del hotel…advertimos que estamos solos y que a cuenta del fantasma de la popularidad, hemos ahuyentado la realidad de una ventura. Eso sí: no guardo espinas de los días de lucha y no quiero mal a nadie. Los bellacos de la pluma, los chulos del éxito fácil, los eternos filisteos, son hoy también mis amigos. Ahora les digo, confidencialmente que, como tenía fé en mi esfuerzo, no me quitaron el sueño ninguna noche. Los pobres se hirieron a sí mismos con las armas de su inconsciencia, de su ignorancia, de su desdén disimulado y envidioso…"

José Sánchez Rojas

A modo de comentario

He transcrito este artículo de Sánchez Rojas, porque nadie mejor que él podía explicarnos su personalidad.
Me llamó la atención esa imagen que repite en sus escritos:..."sobre todo, por tener cerca de mi corazón o de mis manos, la cabellera de un niño "...
En entradas sucesivas veremos el buen recuerdo que guardaba de su primera estancia de tres meses en Burgos -en 1912 -, como Registrador de la Propiedad interino, y de sus repetidas visitas, de las cuales dejó constancia en interesantes y poéticos textos.  

Notas
Para saber más de José Sánchez Rojas:

BLOG 'ENTRE EL TORMES Y BUTARQUE'.

(*) Entrada de mi Blog, en la que recogía un precioso texto de José Sánchez Rojas, en el que -años después de estas páginas autobiográficas- evocaba a su querido maestro Don Nicolás Caballero.
(**)pág. 47 SÁNCHEZ ROJAS - CRÓNICA DE UN CRONISTA: [1917]"Sánchez Rojas sufre un breve arresto durante el mes de septiembre y pasa algunas horas en la cárcel de Oviedo."
...Continuará


https://www.youtube.com/watch?v=9ZEGLS9YMJc
Canto de segadores
(interpreta Nuevo Mester de Juglaría)
---

MIS BLOGS:

No hay comentarios:

Publicar un comentario