A modo de explicación Rosa mostraba en su blog unas obras de Ramón Gaya, y enlazaba un documental estupendo, en el que se apreciaba cómo el artista -pintor y escritor- amaba la vida, la verdad, la música, las flores...
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Veo llover la vida
a través de la ventana.
Viento.
Lluvia.
Oscuridad.
Paz.
Y recogimiento.
El melancólico
repiqueteo de la lluvia
es placentero
y también evocador.
Recuerdo otras lluvias.
Otros tiempos.
Otras personas.
Mundos diferentes
que nacieron
y desaparecieron
entre infinitas lluvias.
LLuvia de recuerdos
en mis ojos nostálgicos.
Una espiral inagotable
de días y sentimientos
que fueron y dejaron de ser.
Y sin embargo
el sonido es el mismo.
Entonces.
Y ahora.
Un repiqueteo
que me vuelve niño
y resucita imposibles
de los tiempos que ya no son.
En el fondo nada cambia.
Somos nosotros
los que aparecemos
y desaparecemos
en un planeta
que nos mira asombrado.
...sigue de la entrada anterior (Prólogo de José Sánchez Rojas, al libro 'VIOLETAS' de Cecilio Benítez- 1912)
“Quien pierde la mañana –dicen los libros sagrados- pierde el día;
quien pierde la juventud pierde la vida.” Y pierde la juventud, lo más sabroso
y expontáneo (sic) de ella, quien no ha escrito o no ha intentado escribir
versos nunca, quien no supo rimar, en su corazón, la armonía de unos ojos que
nos contemplan, confiados y puros, la voz que nos canta calladamente ensueños,
la boca, roja y fresca, que nos promete caricias misteriosas y apoyo blando los
días melancólicos de la vida. El amor es nuestro primer maestro. Él nos enseña
veladamente la vida. Nuestras primeras nociones personales brotan de sus
venturas y desventuras. La tragedia íntima de nuestro destino, los primeros
buceos en lo desconocido, las primeras relaciones ocultas de las cosas, nos les
revela el amor. Y todo poeta canta estas sus primeras emociones de enamorado.
Cecilio Benítez, para no faltar a esta ley humana, canta también sus
aventuras mozas. Descúbrense, a lo largo de sus cantos, las huellas que han
dejado en él otros poetas. Sondando los versos de mi amigo con emoción,
percíbese pronto el surco de José María Gabriel y Galán, el poeta labrador de
las pardas onduladas cuestas, de las
castas soledades hondas y de las grises lontananzas. Amor de nuestra mocedad
fué el poeta salmantino, las piedras nobles de Salamanca y la contemplación de
la llanura empaparon el espíritu de Benítez de placidez y de calma. Vio la
Castilla suave de las riberas del manso Tormes, del turbio Pisuerga, la
Castilla de Garcilaso –pinos que se miran en el espejo de las aguas- y de Fray Luis de León –la fontana pura del
huerto agustino, donde se desdeñan las ambiciones y se gustan los sabrosos
placeres del silencio.- Esta imagen placentera vive escondida en los versos del
poeta, pero vive. Hay un fondo de paisaje material, tangible, en nuestras
evocaciones, como hay también –torpe será quien no lo descubra- otro fondo de
paisaje moral en nuestros pensares, donde flota vagamente, apenas sin
contornos, lo mejor y más puro de nuestros recuerdos. De Castilla canta Benítez
a los Comuneros. No sé si
sigue siendo el credo de la raza, que hartos apaleos y moleduras nos
costó la peregrina afirmación de que era yelmo de Mambrino la bacía del
barbero. ¡Bacía y bien bacía, mi Dios! El despertar fue rudo y lamentable, como
despertar de ocioso. Sancho se burló una vez más de Dulcinea. Callaron los
poetas de mi Castilla; los proyectos de redención fueron estériles; siguieron
los políticos, hueramente, cantando, un sonsonete de tamboril, molesto,
machacón, cansino, un himno a la pereza, canto de cigarra en lugar de procesión
de hormiga. Como dijo muy bien Unamuno siguieron croando los sapos de los
estanques. Cataluña nos trajo, con Maragall, voces de aliento y de entusiasmo,
voces que venían de las nubes, para columbrar, al rasgarlas, la patria del
ensueño. Los mozos castellanos –me place lanzar esa afirmación en Cataluña,
donde ahora vive el Sr. Benítez- no desoímos esas voces. La aurora de Gabriel y Galán fue cantada por el apóstol de San Gervasio. También nosotros queríamos
una patria viva, concreta, que renovara sus glorias al resplandor trágico de
sus desdichas. En Salamanca –sobre todo- hubo un núcleo que ahora retoña,
confiado y optimista, con este núcleo tuvo relaciones el Sr. Benítez. De
aquella renovación nacieron sus primeros cantos de esperanza. Por ser un mozo
generoso y franco el Sr. Benítez, porque sus cantos son cantos de optimismo y
de muchachez, porque espero mucho de su labor futura, porque en la de la hora
presente hay atisbos, centelleos, llamaradas, correr de estrellas altivas en
noche de Agosto- prologo con gusto su libro Violetas, revelación de un espíritu sano y contento que promete, en
su fecundación espiritual, ópimos y muy sazonados y gustosos frutos.»