3/24/2016

JOSÉ SÁNCHEZ ROJAS - CUENTO DE NAVIDAD 'FRAY SIMPLE'

"Y caminaban por las vereditas de Asís el siervo de Dios, Francisco, llamado el Pobrecito, y su hermano en pobreza y humildad, fray Maseo, é iban hablando los dos de la perfecta alegría.
Y decía Francisco:
-Y no consiste la alegría en poseer los tesoros de los ricos ni los secretos de las ciencias.
-¡No, ciertamente, Francisco!
- Ni en el goce de los placeres de la carne, sino en el placer de sufrir por el Señor Dios.
-¡En eso estriba, Francisco!
- ¡Mira, Maseo! Si ahora llegásemos á nuestro convento de Santa María de los Ángeles y nos mordiesen y ladrasen los perros hambrientos, y nuestras vestiduras se cubriesen de nieve, y las rasgásemos en las malezas, y al llegar al convento el hermano guardián nos echase á golpes de la casa de los Pobrecitos, y nos apalease y denostase, y nosotros pasáramos la noche á la intemperie, completamente seguros de que por la boca del guardián hablaba el Señor Padre Jesucristo, y llevásemos con paciencia tan pequeñas privaciones pensando en las amarguras del Calvario y de la Cruz, di conmigo, ¡oh, hermano Maseo!, que en eso estriba la perfecta alegría.
Y caminando así por las veredas los dos Pobrecitos, encendidos en pláticas de amor á Dios y á los hombres, acertó á pasar junto á ellos un mozo que llevaba una carga de leña en un borrico. Caminaba muy largo: hacia Florencia. Había oído el diálogo de los Pobrecitos y se mofó de sus palabras.
-¡La alegría, hermanos -díjoles-, consiste en tener mucho oro!
-¿Así lo crees, mozo?
-¡Así lo creo, Padre!
-Te engañas. El oro trae las guerras, las pestes, las hambres entre los humanos. Y quita al que lo tiene la paz para el resto de sus días.
El mozo se llevó el dedo índice á la frente, como para indicar que el Pobrecito estaba loco.
Después, viendo su sencillez y su humildad, dialogó con los dos Menores. El mozo era huérfano y no tenía pan que llevar á la boca ni lecho donde guarecerse. Cobraría en Florencia unas monedas de cobre por su carga y tornaría, al anochecer, otra vez al campo, buscando, para reposar, con el cobijo de los árboles, la mullida alfombra de los maderales.
-¡Si yo tuviera oro…! -suspiró el mozo.
-Pues lo tendrás, hijo mío! Y cuando, harto de él, busques la paz de corazón, acude á nuestro convento de los Angeles, donde gozarás, al fin, de la perfecta alegría.
El mozo y los Pobrecitos se separaron.
El mozo entró en un bosque, sacó su humilde refacción de las alforjas del asnillo, bebió del agua clara de un regato y se quedó dormido. Al despertar advirtió que á su lado brillaba y relucía una piedra grande donde se reflejaban los rayos del sol. Era un enorme pedrusco de oro macizo que se le ofrecía al alcance de la mano. Con gran cuidado lo envolvió en una arpillera y lo metió en la alforja. No podía respirar ni reposar de codicia. Arreaba al burro, y miraba á todas partes esperando que alguien le robase la piedra. Llegó á las cercanías de Florencia poco después de las tres, y hasta que no fué de noche no entró con el asnillo por el Puente Viejo. Tenía fiebre; sus ojos relucían; las piernas se negaban á moverse. Penetró en una hostería de la calle de los Zapateros y se cerró con llave en una pobre estancia. No pudo conciliar el sueño en toda la noche. Un sudor de angustia le bañaba la frente; el ruido más pequeño se le antojaba pisadas de ladrones y facinerosos que echarían abajo la puerta, le robarían el tesoro y le matarían sin piedad. Las luces del alba le dieron mayor sosiego. Muy temprano acudió á casa de un rico banquero judío, que, al ver la piedra, no supo disimular su alegría. A cambio de la explotación de la riquísima veta entregó al mozo hasta quinientos ducados de oro y un recibo en regla de guardar en depósito el preciado pedrusco, que valía hasta diez mil ducados más. El mozo vistió ricos paños, comió carnes sabrosas en hosterías donde acudían los señores, miró amorosamente florentinas morenas que le correspondieron con pasión en las mancebías. Pero el mozo perdió la paz de corazón. Asociado con el banquero que le guardaba en depósito la preciosa piedra, ganó grandes sumas de oro, tuvo un lindo palacio junto al de la Señoría, compró un jardín para su solaz en el recreo de la tarde, casó con una preciosa florentina, de nombre Yolanda, que le amó apasionadamente y que le dio un hijo rubio como los trojes del trigo en el verano. Pero el mozo perdió la paz de corazónSu mujer, que era la dama más hermosa de la Ciudad, murió al darle su segundo retoño, y el primogénito subió al cielo á consecuencia de unas fiebres malignas. El viudo lloró sin consuelo, y para olvidar su dolor emprendió nuevos negocios. Y fueron fabulosas sus ganancias. Su corazón se endureció como si fuera de la naturaleza del rico metal que le había dado bienandanzas materiales, y prestó sumas importantes á los de Siena y á los de Pisa, á los mercaderes genoveses y venecianos y hasta el mismo Papa de Roma, que le hizo conde y caballero. Encanecieron sus cabellos, se apagó su salud, enflaqueció y se tornó viejo. Y el hombre perdió la paz de corazón.
Y un día de Navidad atravesó el Puente Viejo, tomó la calzada de Asís y penetró en el bosque. Una cara celestial de una mujer casi niña que tenía un precioso bebé en los brazos le pidió una limosna con voz cantarina. El corazón del negociante advirtió una sensación muy dulce y abandonó su bolsa á la Señora, cuya faz él había visto en los altares de la ciudad. Tenía fiebre la Señora, y él tornó á la ciudad en busca de drogas y de alimentos para curar su mal. A la vuelta acarició los cabellos del niño, y la guapa Señora le sonrió con dulzura. Aquel hombre, que no había llorado mientras era rico, vertió abundantes lágrimas de ternura y de amor por los pobres y por los desvalidos y por los humildes. Y de rodillas ante la Señora, rezó las plegarias de la infancia. La divina visión había desaparecido del bosquecillo toscano. Arrebujándose en una manta, quedó dormido. Y al día siguiente llegó al Monasterio de Asís. Había muerto Francisco; pero quedaban los Pobrecitos, sus hijos. El mercader fue recibido en la comunidad con el nombre de fray Simple. Y fué fraile ejemplar de muy santas y honestas costumbres y de gran limpieza y rectitud de corazón. Su patrona fué Santa María, y á la dulce Señora se encomendaba siempre con alegría y con fervor. Cuando murió á los doce años de haber abrazado la estrecha regla de los Pobrecitos, una Señora muy bella con un niño le sonreía en la cabecera de su camastro. Los Pobrecitos, embobados y suspensos, presenciaron la dulce muerte del pecador. Lo que, para loanza de la perfecta alegría y para la edificación de los Pobrecitos, contamos nosotros á mayor gloria del Señor Jesucristo y de la Señora Santa María."

A modo de explicación
Aunque no estemos en Navidad, se me ha ocurrido preparar este post,
Mi próxima entrada, será un artículo del escritor albense,
 de la serie 'LOS HÉROES DEL CRISTIANISMO', título: SAN FRANCISCO DE ASÍS. 
que también apareció en CRÓNICA, el 2 de agosto de 1931, día de Nuestra Señora de los Ángeles.
Continuará
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Enlazo de YouTube:


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2 comentarios:

  1. Madre mía, Gelu. Qué maravilla.
    Sí la "perfecta alegría" de san Francisco. No conocía este cuento.
    Tus entradas son verdaderos trabajos de investigación.
    Para leer despacio. Dedicaré tiempo, me encanta lo que dejas.
    Películas, textos, música... Eres una mina, Gelu.

    Muchísimas gracias.

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  2. Madre mía, Gelu. Qué maravilla.
    Sí la "perfecta alegría" de san Francisco. No conocía este cuento.
    Tus entradas son verdaderos trabajos de investigación.
    Para leer despacio. Dedicaré tiempo, me encanta lo que dejas.
    Películas, textos, música... Eres una mina, Gelu.

    Muchísimas gracias.

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