Traducción y Prólogo: José Sánchez Rojas
PRÓLOGO
"CRIQUETTE
es una novela encantadora. Pocos libros más graciosos, más tiernos y más
interesantes, que esta linda narración del literato Halévy que tengo el gusto de ofrecer hoy, en castellano, al gran
público de España y de América.
Ha
dicho un eminente profesor norteamericano, el Sr. Barret Wendell, en su curioso
libro La Francia de hoy –cuya edición
francesa ha publicado esta misma casa editorial de los señores Nelson- que no
puede juzgarse de la vida francesa de hogaño por los relatos de sus noveladores
y literatos. Así es, en efecto, por regla general. Hay la obsesión –que sigue
privando en América, aunque se vaya desechando ya en todas partes- hay la
obsesión parisina del boulevard, de la cocota, del cabaret, de la frivolidad,
del vicio alegre, refinado y fácil, de todo eso que ha caracterizado a ese loco
pueblo de París, como si fuera un bruñido espejo, una imagen fiel y exacta de
la vida social contemporánea de nuestros buenos vecinos. Se descuida adrede por
los profesionales la vida provinciana francesa, como si no fuera casi toda la
vida nacional. Contra esa corriente de los sociólogos de alcoba, de los
psicólogos de tres francos cincuenta –de los que se burla tan donosamente el
escritor portugués Eça de Queiroz en su famosa novela A cidade e as serras- se ha impuesto el buen sentido de autores tan
celebrados como la señorita que firmara con el seudónimo masculino de Juan de la Brète Mi tío y el cura, y Enrique Bordeaux, para no citar más que libros muy conocidos de todo el mundo.
Pues
un predecesor de la sana corriente realista es, en la literatura francesa, el
autor de este libro. El señor Halévy, como buen francés, no se asusta a veces
de bordear atajos espinosos y descarriados; pero no se jacta de caminar por
andurriales ni por calzadas muertas, ni se deleita con lo simplemente obsceno,
y sabe cubrir, como el portugués insigne, “la cruda desnudez de la realidad con
el manto diáfano de la fantasía”. La pobre Criquette, hija de una verdulera,
abandonada y sola al morir su madre, sin más arrimo en la tierra que el cariño
de Pascual, anda de la ceca a la meca, en casa de una cortesana primero, y en
compañía de su ama de llaves después, recordando, en la quietud provinciana de
Beauvais, aquellas horas de asueto en Belleville, cuando vendía flores, caramelos
y bollitos calientes, con Pascual, y más tarde, cuando haciendo de princesa en
el teatro de la Puerta San Martín, era festejada por la gente de tablas, como
lo que era: como un angelito risueño y alegre, que contagiaba de buen humor a
cuantos sabían ponerse en contacto con la frescura y el hechizo de su niñez.
El
encontronazo de la pobre niña con la vida no puede ser más duro. Se escapa
desde Beauvais a París, que su ingenuidad no soporta el acartonamiento moral
del ama de llaves de la cortesana, de aquella taimada y seca Aurelia, que ha
sabido robar a la chita callando para retirarse al fin del ajetreo de su vida,
viviendo, como el pez en el agua, dentro de la ñoña pazguatería provinciana. La
niña se escapa a París en busca de Pascual, y la dulce amistad de la infancia
se ha trocado en fuego de amor mozo que abrasa el corazón. A la sombra de la
catedral de Mans, bajo los chopos de los alrededores de la bonita ciudad, los
mozalbetes viven su idilio, afinándose, con el despertar del corazón, la
delicadeza, el exquisito gusto, la gentil feminidad de la hija de la verdulera
de Belleville, que se refugia en sus sueños, de espalda a la vida, como se
refugiaba la santa de Ávila en su castillo interior, de espaldas a sus achaques
corporales. Con el dolor, con la desilusión, con la inconstancia de Pascual,
rodeada de los mimos y delicadezas de los hermanos Lemuche, el autor nos hace
presenciar, en toda su trágica grandeza, la conversión de la niña en mujer.
Nada más conmovedor, ni más humano, ni más lindamente observado que aquel
delicioso titubeo que sacude los sentidos y el espíritu de Criquette al conocer
al conde de Sérignan. Aquella muchachita se afina; gana en delicadeza lo que
pierde en agilidad espiritual; y al comprender la vida, se abraza a ella
sonriendo, fundiendo las partículas de su dolor personal en el informe bloque
del dolor de todos.
Asoma
su cabeza dolorosa la catástrofe, al final de la novela. Aquella hecatombe de los ejércitos franceses bajo el fuego de las balas prusianas, coincidiendo con
la muerte de Criquette, curando las heridas al conde de Sérignan, en la
ambulancia de Yvré-l’Évêque, parece un símbolo...La voluntad aniquilando la
sensibilidad y la inteligencia de la juventud…
No
creo que pruebe nada, ni que demuestre nada esta hermosa novela. No es un libro
de tesis, sino de emoción este libro. Y por eso, por ser de emoción, por
rezumar una bendita tolerancia hacia la flaqueza ajena, por comprenderlo todo
al amarlo todo, por reflejar una sensación amplia y completa de la vida, llega
en buena hora al público español de Europa y de América.
Nuestra
literatura seca, árida, uniforme como la meseta central de la Península,
necesitaba una corriente de emoción, de ternura, de comprensión amplia de la
vida, frente a esos libros cuajados de ironía que matan la actividad y de
erotismo fácil y ramplón que nos uncen la vista al suelo y no nos permiten
levantarla para ver cómo corretean las estrellas por el cielo en una noche
clara, llena de lumbres lejanas y misteriosas."
Febrero,
1914
Se me ha ocurrido transcribir el PRÓLOGO, porque me pareció inmejorable, y
también copiaré uno, de los muchos pasajes del libro que me encantaron:
p.258 […]"Criquette, entonces, en su cuarto, releía una carta del señor de Sérignan, que había recibido aquel día la señorita Clementina. Este párrafo llamó extraordinariamente su atención:
“Diga usted a su amiguita, si continúa en Le Mans, y si no está, tenga la bondad de hacérselo saber, que cierto viajero se encontraba en alta mar, el diez de marzo de 1870, a bordo del Chow-Phya, entre Bangkok y Singapour. Este viajero creía escuchar las campanas de la catedral de Le Mans. No tuvo más que cerrar los ojos para tornar a ver, limpiamente, la silueta de una jovencita apoyada en la torre de una vieja casona. No se ha olvidado nunca de esta jovencita, ni se olvidará jamás.¡ Mi deseo más ferviente es que sea feliz!”
Estas palabras: “¡que sea feliz!”, llenaron de lágrimas los ojos de Criquette. Las dejó correr y advirtió cierta dulzura en lugar del sinsabor corriente.
Y aquella noche, con todo su corazón, rezó por aquel amigo que apenas conocía y que había pensado en ella el 10 de marzo, entre Bangkok y Singapour."
A modo de explicación
Movida por la curiosidad,
al leer los escritos de José Sánchez
Rojas, y para intentar saber más, me dispuse a indagar en algunas
de las muchas lecturas que él citaba en los artículos para la prensa, y vi
que además de sus libros y folletos, había traducido varias
obras. En 1912, el escritor albense había realizado la de la ESTÉTICA de Benedetto Croce, que contó con el
prólogo de lujo de D. Miguel de Unamuno.
(Continuará)
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Y las vellas orquídeas respirando esa vitalidad tuya por el amor a las letras.
ResponderEliminarEsos.
Buenas noches, Amapola Azzul:
ResponderEliminarLas orquídeas están frescas y lozanas. La vella (=vieja -en catalán-) soy yo, a pesar de mi amor a las letras.
Te gustaría la bella ‘Criquette’. Hasta soltarías alguna lágrima…
En la página 153, hay una referencia a 'La favorita'.
Enlazo♪ ♫ ♪ un aria ♪ ♫ ♪
Abrazos