CECILIO BENÍTEZ
VIOLETAS
POESÍAS
Prólogo
José Sánchez Rojas
1912
(Tipografía de Federico Cuscó)
I
«De las dos clases de
actividad mental, el raciocinio y la imaginación, que señala Schelley en su
Defensa de la poesía, esta última se ha empobrecido por los hombres graves y
secos de tal suerte, que se ha relegado al humilde puesto de sierva o criada
del raciocinio, cuando es, en puridad, su esposa excelsa y su compañera ideal
en la misteriosa fecundación de las ideas que son imágenes y de las imágenes
que son ideas.
El poeta
piensa y el pensador rima. Toda palabra es un canto, porque toda palabra es un
acto de imaginación por el que nos apoderamos, interiormente, de la representación
que sugiere. Todo razonamiento es poesía, porque razonar es crear las
relaciones necesarias de las cosas, apoderándonos del momento de eternidad que
todas llevan dentro. Cuando este momento
de eternidad se nos revela, fugazmente, en la caricia velada de una amiga, en
la sonrisa de un niño, ante la serenidad del mar, en medio de las mieses de la
llanura, la emoción se apodera de nosotros. Y somos poetas. Somos poetas sin
saberlo, sin quererlo acaso. Unos hablan, otros callan, otros lloran, pero
todos riman. Dios ha pasado junto a nosotros, amigos, en esa hora. Dios hizo el
canto antes que el tema. Dijo que se hiciera la luz y se hizo la luz; las
teorías del éter vinieron después. A nosotros llegó también la luz en aquella
hora, y porque la recogimos fervorosamente en nuestro corazón, porque la
emoción fue señora de nuestras almas, porque fuimos poetas y creadores, somos
semejantes a Dios.
Lo que nuestros abuelos llamaban inspiración,
y nosotros, más modestamente, emoción, no es otra cosa sino la huella que ese
momento de eternidad, deja en nosotros, cuando buceamos el alma de las cosas.
Es más alta que el raciocinio porque no tiene límites como él. El poeta no
discute: adivina. Con la sinceridad de aquel momento le basta. Su espíritu ha
de ser sensible, ha de estar en tensión siempre, vibrando, en inquietud continua.
El poeta ha de tener algo de taumaturgo: varita mágica para nimbar las cosas;
ha de prestarlas su resplandor, que es su verdad. Y no ha de decir palabra
ociosa; así que la diga, dejará de ser poeta. En su alegría y en su dolor,
cuando ruge o cuando se resigna, cuando blasfema o cuando acaricia, el poeta ha
de entregarse generosamente a su emoción, para que su canto sea glosa precisa
de su momento espiritual.
Cecilio
Benítez da su primer libro al público, ansioso, él también, de que su palabra
encuentre eco en otras almas, y en ellas vibre su canto mozo. Cantos de
juventud son los cantos del poeta nuevo; su musa, castellana, ha buscado
refugio en esa noble tierra catalana,
que ha legado, no solo a sus hijos, sino a todos los mozos españoles que cantan
o sueñan, un tesoro espiritual en Mosen Cinto, en José Carner, en Maragall, en
otros poetas menores que han llenado de inquietud santa el corazón de los que
anhelan una patria de ensueño.
Cecilio
Benítez añade su voz al coro sagrado. Llama Violetas a sus canciones; las quiere sencillas, las quiere frescas,
las quiere perfumadas. Y -¡miIagros de mocedad!- ora rece ante los sepulcros de
las viejas catedrales, ora cante viejas gestas de castellanos tozudos, ora recuerde
melancólicamente sus horas de novio en un jardín versallesco, sabe ser
expontáneo (sic), jugoso, fácil risueño, cantando simultáneamente, con la
frivolidad del que no ha llorado pesares, de esos que rompen para siempre el
ritmo interior de una vida, sus esperanzas, sus devaneos, sus secretillos, sus
ilusiones de mozo.
Cecilio
Benítez es así, y como es se presenta. Hace años conozco al autor de este libro.
Ha hecho gemir las prensas de casi todos los periódicos literarios de Madrid y
de provincias. Su musa, retozona y festiva casi siempre, ha tenido ahora una
tregua de descanso para cantar otros temas, altos y peregrinos de su iniciación
en la vida.
Es muy
joven el Sr. Benítez, no tiene tiempo, diga él lo que quiera, de haber oído el
rasgueo de la guitarra,
el desdén, el dolor y la
alegría;
sus celos
son también imaginarios; aunque se enfade con las mujeres, no sé que haya hecho
otra cosa sino admirarlas y bendecirlas siempre. Sus dolores apenas si son
tempestades en un vaso de agua. Así sus versos, necesariamente, rezuman ese
perfume de mocedad, de despreocupación, de alegría sana, que se escapa de
ellos. Adquirirá mañana caudal de emociones nuevas el poeta; su espíritu
interrogará la esfinge con una mueca de dolor; gozará placeres refinados y
personalísimos, a los que no pondrá más comentario que el silencio para no
profanarlos, pero entonces dejará de ser quien es.
Hoy se
trata sencillamente de un poeta nuevo, que gorjea porque la mañana es limpia,
porque ha llegado la aurora y el rocío pone reflejos de plata sobre el campo.
Cuando
quiebre el día, tal vez este poeta nos sorprenda con una tonadilla plañidera.
Hoy tiene el buen gusto de no mentir tragedias que no ha atravesado y de
detenerse burla burlando, solo para probar el metal de la voz, en aquellas
cosas tristes, que le impresionaron un momento, sin abrir surco en sus horas de
luz y alegría. » Continuará...
A modo de
explicación
En la búsqueda de documentación de José
Sánchez Rojas, han ido surgiendo personas relacionadas, con obras muy
interesantes.
Gerardo Nieto, me
informó de la existencia de este librito de poesía de Cecilio Benítez,
publicado en 1912, que llevaba el Prólogo del escritor
albense. Intentaré transcribir el texto completo, en dos entradas, siendo lo
más fiel posible a la ortografía que presenta.
Cecilio Benítez, hacía esta dedicatoria:
Cecilio Benítez, hacía esta dedicatoria:
«A mi entrañable amigo
el ilustre escritor vasco
y notable jurisconsulto
en humilde prueba
de gratitud y
afecto, »
El autor
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(1) Carmelo de Echegaray, hermano de la persona a quien va dedicado el librito, mantuvo correspondencia con Unamuno.
He pensado en esta preciosa música:
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(1) Carmelo de Echegaray, hermano de la persona a quien va dedicado el librito, mantuvo correspondencia con Unamuno.
He pensado en esta preciosa música:
https://www.youtube.com/watch?v=BWVSHL0lEbk
Mompou: "La fuente y la campana" de Paisajes (1942)
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